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La leyenda de la ciudad desaparecida en Salta

Hace 400 años, una ciudad de Argentina resplandecía gracias al oro que recubría sus torres y caminos. Hoy de ese pueblo no queda nada, solo el misterio que la dejó bajo tierra.

18 Junio de 2021

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Existió en algún momento de la historia de nuestro país una ciudad cuyas riquezas no podían igualarse en ningún lugar del mundo. Cuenta la historia que sus calles y edificios resplandecían con destellos dorados por el oro que los revestía. La plata también recubría las herraduras, monturas y estribos de los caballos. Sus habitantes gozaban de estas riquezas y las exhibían con orgullo.

La ciudad del Esteco era paso obligado en la ruta que llevaba el tráfico de metales preciosos, alimentos, ganado y esclavos entre el Alto Perú y el Río de la Plata. Fue fundada en 1609 por Alonso de Rivera y hasta hoy se sospecha que toda la riqueza de este pueblo provenía de yacimientos secretos que nunca se pudieron localizar.

Como dice el dicho, no todo lo que brilla es oro. La gente de este pueblo, acostumbrada a tanto lujo, se volvió vanidosa y soberbia. Despreciaban al pobre y abusaban de los pueblos originarios a quienes esclavizaban. El dinero y el poder se convirtieron para estos locales en lo único digno de admiración. Según la leyenda, si algo se caía al piso, un sombrero o un pañuelo, ni siquiera osaban mirarlo para levantarlo, tal era la desmesura de bienes que poseían.

La abundancia llevó a la vanidad y según muchos, esto fue el comienzo del fin. Una ciudad entera desapareció el 13 de septiembre de 1692. Hay quienes eligen no creer y explican este repentino desvanecimiento con un terremoto. Sin embargo, quienes conservan antiguas memorias conocen la verdad.

Un día apareció por la ciudad un anciano predicador con ropas rasgadas, heridas y suciedad acumulada en un largo viaje. Tocó puerta por puerta suplicando clemencia y ayuda. Nadie quiso salir de su hogar a ofrecerle un plato de comida, excepto una mujer en las lejanías que estaba con su bebé. El anciano le contó que su misión era redimir a los pueblerinos, pero como nadie eligió ayudarlo, esta comunidad ya estaba perdida en la avaricia. Ahora solo quedaba esperar la catástrofe: un castigo divino caería sobre la Ciudad del Esteco, devolviéndola a la tierra de la que vino. También le reveló a la mujer cómo salvarse por el gesto bondadoso que tuvo hacia el: debería partir esa misma noche y no mirar hacia atrás cuando oyera el estruendo.

Al caer la noche la tierra se abrió en dos en la famosa ciudad de Salta y llamaradas de fuego se estremecieron violentas sobre las casas de los habitantes soberbios. La mujer ya había emprendido la huida, sin embargo, su curiosidad por los gritos la llevó a girarse para mirar lo que sucedía. Ella y su hijo se paralizaron y lentamente, poco a poco, la piedra trepó por sus cuerpos hasta inmovilizarlos.

Cuenta la leyenda que esta mujer todos los años se acerca un paso hasta la ciudad de Salta. En la ciudad del Esteco no quedó nada, solo almas en pena que pueden acecharte cuando decidas visitar los restos de lo que fue el pueblo dorado de Argentina.